El día que conocí a Ana teníamos nueve años.
Llegaron ella y su hermana al colegio en cuarto grado trayendo aires renovados, guardapolvos con moño impecable y pelos rubios y brillantes atados con dos colitas .
Supe desde el primer momento que era "el comienzo de una gran amistad".Así fue.
Se mudó cerca de casa, venía de vivir en el sur y no entendía bien la vida en la ciudad pero se adaptó rápidamente.Su hermanito, Javier tenía dos años y nos pasábamos muchas tardes cuidándolo y entreteniéndolo.Corrían otros tiempos .Salíamos a la calle a jugar sin que ningún adulto nos supervisara.Ibamos de casa en casa , molestábamos a algún vecino y después nos arrepentíamos.Nos quedabamos a dormir juntas.Ella pasaba el verano con mi familia y yo con la de ella.
Hace siete años ella se fue a vivir a otro país, se casó tuvo una hija pero igual seguimos compartiendo largas conversaciones telefónicas y tardes de plaza, torta y chismes.
El jueves llamó y yo supe sin que ella me dijera cual era el motivo de su llamado.
Su padre había muerto.
Un vuelo interminable la trajo a su casa y la encontré ahí, parada al lado de su marido , con el maquillaje corrido y los hombros encogidos.Ella dijo que no era justo.Yo le dije que sabía que no lo era, nos abrazamos fuerte, lloramos a su papa juntas , como cuando lloramos al mío.
Su padre fue despedido con un aplauso multitudinario(parece que se usa en ocasiones en las que quien se muere ha sabido conseguir afectos) Mi padre no tuvo una despedida tumultosa, no hubo aplausos ni hubo muchas flores, sólo unos cuantos valientes que se animaron a acercarse sin saber si lo que necesitaba era un abrazo o una palmadita tibia. Ana supo : yo necesitaba su compañía y el dolor cómplice que a lo largo de los años nos hizo tan unidas.
lunes, 28 de julio de 2008
jueves, 10 de julio de 2008
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